LOS TESOROS PERDIDOS DEL ARTE
De muy distinta manera a como traslucía la afirmación de Hegel, las obras de arte también tienen fecha de caducidad, a veces, si fueron elaboradas de forma poco perecedera y caen en manos de una cultura que comprende la importancia del patrimonio pasado, más tardía que temprana. Pero, en cualquiera de los casos, su desaparición termina siendo inevitable, mucho más si hablamos de países que están en guerra. Así, una de las últimas grandes ofensivas contra testimonios históricos ha sido la guerra de Irak, durante la cual fueron expoliadas y destruidas decenas de piezas del Museo Arqueológico de Bagdag. Una barbarie que recuerda a la perpetrada por los nazis, culpables, en el terreno artístico, de desposeer a las principales familias judías de cientos de miles de obras, la mayoría calificadas de “arte degenerado”, cerca de 40.000 de las cuales aún siguen en paradero desconocido.
Cuando el arte ofende
Y es que, cuando el fanatismo y una moral rígida se emparejan, poco puede hacerse. “Degenerados” fueron para la Alemania nazi Picasso, Otto Dix, George Grosz, Paul Klee, Henri Matisse, Kurt Schwitters… así como casi todos los representantes del arte considerado moderno en el s.XX, los cuales fueron perseguidos y sus obras, en muchos casos, destruidas. Una pauta, la de la eliminación, que se suele emplear cuando se considera que la obra que se tiene enfrente es ofensiva por algún motivo, en el que suelen intervenir las más de las veces consideraciones de tipo religioso, político o sexual. Un buen ejemplo de ello son las múltiples agresiones que han tenido que sufrir las obras de arte icónicas en los museos.
La chispa que acabó con “El infierno”
Las causas naturales son otro de los principales motivos por los que multitud de obras de arte han desaparecido con el paso de los siglos. No es de extrañar: este factor entra dentro del propio ciclo de vida de la obra y es inevitable. Sin embargo, sí es una pena que en muchas ocasiones desaparezcan maravillosas creaciones por culpa de la mala gestión de las instituciones que las contienen. En el 2004 un desastroso incendio acabó con cien obras de la colección Saatchi (entre ellas “Hell” de los hermanos Chapman), en el 2006 se descubrió que una monumental escultura de Serra, guardada por el Museo Reina Sofía (Madrid), llevaba perdida desde el 92, el Museo de Toledo (Ohio, EE.UU.) perdió un Goya en ese mismo año durante su traslado al Guggenheim de Nueva York para una exposición temporal, y Munchs, Leonardos y Van Goghs, Monets y Picassos suelen ser los habitualmente robados de las salas de museos al cabo del año.
En la lista roja
Así llegamos a uno de los principales culpables de que muchas obras de arte “desaparezcan”, en ocasiones durante décadas: el robo. Las sustracciones no sólo implican que no sea posible volver a disfrutar de la creación en particular sino que su rastro desaparezca, puede que para siempre, ésta sea reconvertida en otra obra diferente, que acabe en el salón de una anciana que compró la obra en un mercadillo décadas después o que las casas de subastas acaben metidas “en líos”. El valor de estas obras suele ser incalculable y ello lleva a que, muchas veces, el organismo encargado de su rastreo ofrezca una recompensa a cualquiera que pueda aportar información acerca de su paradero. Y, en relación a esto, una última curiosidad para todos los aficionados al arte: la Interpol posee una lista roja de las últimas obras robadas que puede visitarse. artelista.com
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