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INSTITUTO DE LOS ANDES

02 LA PINTURA

LA PINTURA DEL MES

El sol de la mañana

El sol de la mañana

LA PINTURA DEL MES

MARINA DE PALAMOS

MARINA DE PALAMOS

  • País: España
  • Año: 1998
  • Precio: consultar
  • Tipo de obra: Pintura
  • Agustín Redón Subirats

EL CUADRO DEL MES

Jazmines

Jazmines

  • País: España
  • Año: 2010
  • Precio: consultar
  • Tipo de obra: Pintura

Artista - Manuel de Frias

EL CUADRO DEL MES

Druida

Druida

  • País: Estados Unidos
  • Año: 2010
  • Precio: 1.000 €
  • Tipo de obra: Netart
  • Autor: Andres Perez Campillo

EL CUADRO DEL MES

Papageno

PAPAGENO

Autor:Daniel Torres
Tipo:Pintura
Fecha de Creación:2009
Precio:928,00 €
Técnica:Óleo
Soporte:Tabla
Temática:Otros
Alto:40 cm
Ancho:40 cm

FRIEDRICH ROMANTICO

El nombre de Friedrich es sinónimo de soledad, angustia vital y paisajes agrestes; sin embargo, el alemán posee una cara más amable: la plasmada en sus ejercicios de dibujo . Con la muestra del Friedrich dibujante, la Fundación Juan March (Madrid, España) ha traído a la Península una de las exposiciones más esperadas del año, donde se dan cita 70 de las obras sobre papel realizadas por el artista. Un monográfico, que permanecerá abierto hasta el 10 de enero, en el que se da cuenta de la importancia del dibujo en la génesis de la pintura sobrenatural y mística de Friedrich.

Caspar David Friedrich, En el Ryck en Greifswald con una vista de los molinos delante de la barreta de Steinbeck, c.1822-23; Stiftung Preussische Schlösser und Gärten Berlin, Brandenburg, Potsdam; Imagen cortesía Fundación Juan March

Representante principal del Romanticismo alemán, Caspar David Friedrich es mundialmente famoso por sus paisajes; un género donde la naturaleza domina la composición y se constituye en la transmisora de la sensibilidad y el sentimiento (como no podía ser de otro modo en este movimiento). Y, si el punto basal de la obra de Friedrich es el paisaje, el pilar de éste, a su vez, será el dibujo. Friedrich constituirá a lo largo de los años un auténtico muestrario o archivo de imágenes que resultará de primordial importancia a la hora de llevar a cabo sus obras en lienzo.

La muestra, que inaugura los nuevos espacios expositivos de la Fundación Juan March, recoge algunas de estas acuarelas, gouaches y dibujos a lápiz -algunos sólo bosquejos y otros auténticas obras finales- y los muestra en el contexto del proceso creador del artista. Un total de 68 obras, procedentes de los más importantes museos estatales de Alemania y norte de Europa, muchas de las cuales apenas habían visto lo luz hasta el momento, que ofrecen una visión combinada de estética y utilidad como base previa. Una oportunidad de acercarse al Friedrich más desconocido y profundizar en el sistema de trabajo de uno de los principales maestros de la pintura, a la luz de las más recientes investigaciones y descubrimientos realizados en torno a su figura.

EL JOVEN MURILLO

La gestación de un estilo, y el nacimiento de su conciencia social, es el retrato que ofrece el Museo de Bellas Artes de Bilbao (País Vasco, España) de un Murillo que comenzaba su vida pictórica. Una visión que cuenta con alrededor de medio centenar de obras, alejadas de la imagen estereotipada y mariana del pintor, susceptibles de formar parte de la colección de Grandes del Siglo de Oro español.

Si bien son las edulcoradas y vaporosas vírgenes la primera imagen que se asocia al nombre de Murillo, lo cierto es que en su etapa de formación la infancia poseerá una importancia incluso mayor -más tarde éste será un protagonismo compartido- al tiempo que será el sentir de los barrios pobres de Sevilla, en corte tenebrista, el objeto principal de esta obra inicial. Este periodo, no tan famoso como sus impecables inmaculadas de la etapa final, es el eje central de la muestra que ahora el Museo de Bellas Artes de Bilbao contextualiza en una época donde la picaresca y la genialidad convivieron en igualdad de condiciones.

Un total de 42 obras, pertenecientes al periodo de formación y primera madurez del pintor, recogen la influencia de maestros previos, como Francisco Herrera, Zurbarán o Ribera, presente en el contraste de luces y sombras y el tratamiento naturalista de la escena. No en vano la otra gran figura del foco sevillano de finales del XVII será Valdés Leal, quien llevará al extremo temáticas experimentadas por Murillo recogidas en obras como El joven mendigo del Museo del Louvre, Vieja con gallina y cesta de huevos y Dos muchachos comiendo melón y uvas, ambas de la Alte Pinakothek de Múnich.

La exposición cuenta con préstamos procedentes de diversos museos y colecciones internacionales y ofrece el visionado por primera vez en nuestro país de 16 obras provenientes del extranjero. Una selección que evidencia la evolución y la orientación posterior que sufrirá su carrera y que suponen una fuente importante a la hora de ampliar la visión del Murillo pintor y coetáneo del Barroco.

UNA MIRADA DESAFIANTE

Por: FÉLIX DE AZÚA - En las naturalezas muertas de Luis Meléndez (1715-1780) la "realidad" es tan irreal como la de Mondrian; sus bodegones son el fruto de una obsesión. Pero es la insolencia en los ojos de su autorretrato la que da escalofríos.

Con este artículo intento contribuir a que algún productor se anime a rodar la vida de Luis Meléndez, pintor nacido en 1715 y muerto en la miseria, como es de rigor, en 1780. A ver si espabilamos.

Hay en este momento dos exposiciones de arte español corriendo por tierra anglosajona y ambas han dejado perláticos a los expertos. Yo no sé por qué la pintura española es la segunda mejor del mundo, detrás de la italiana. ¿Quizás por la prolongada represión de la palabra a que se ha visto sometido este país durante tantos siglos? Pero entonces habría de sufrir la competencia de la pintura rusa, y no es el caso. Lo cierto es que en este momento los británicos están boquiabiertos ante la escultura religiosa del barroco español y los americanos ante las naturalezas muertas de Luis Meléndez. Dos departamentos a los que nosotros mismos apenas prestamos atención. Bien es cierto que el Prado de Zugaza, que es un lince, ya se adelantó con una exposición dedicada a Meléndez en 2004. Algo cambiada, es la que ahora viaja por Londres, Washington, Los Ángeles y Boston.

El primer misterio es el de la naturaleza muerta misma, esas composiciones con quesos, frutas, panes o conejos. ¿Qué llevó a Velázquez, Zurbarán, Sánchez Cotán, a dar tamaña importancia a un asunto sin nobleza? Estos bodegones no tienen la menor relación con los flamencos, en los cuales se exhibe la abundancia, la riqueza, el lujo y el furor vital de unas provincias enormemente poderosas durante el Seiscientos. La humildad de la naturaleza muerta española ha producido más poesía que ciencia, y sin embargo su misterio es acuciante. Heidegger quiso impregnar de sentido las pobres botas de Van Gogh, dos destrozados pedazos de cuero que encarnaban la vida entera de trabajo y dolor de su dueño, como si en la pintura de objetos cotidianos pudiera leerse nuestro destino. Pero el bodegón español es todo lo contrario. No hay aquí patetismo, ni simbología, ni trascendencia, ni siquiera (aunque lo defienda Bryson) un documento de la vida material. Yo creo que este género es el más misterioso que ha dado un arte ya casi extinguido.

Con el fin de esquivar honduras ajenas a su competencia, los especialistas suelen hablar del realismo de la pintura española, el realismo de estos sobrios bodegones. Así Peter Cherry, por ejemplo, uno de los responsables de la exposición junto con Juan J. Luna. Así también el crítico Ken Johnson que habla de "una verosimilitud casi fotográfica". Comprendo la tesis, pero disiento. No hay realidad alguna que se parezca a estas maclas de objetos prístinos, de iluminación sobrenatural, visibles hasta extremos que ni un ojo mecánico puede alcanzar. Sería una realidad visible a ojos angélicos o diabólicos, pero no humanos. Esta "realidad" es tan irreal como la de Mondrian. En cualquiera de los bodegones de Meléndez se constata de inmediato que son el fruto de una obsesión. Están pintados a la altura de los ojos desde una distancia inverosímil, como si el pintor hubiera metido la nariz entre uvas y quesos. Al parecer, Meléndez no componía sus bodegones, sino que pintaba uno a uno los objetos y los iba añadiendo y disponiendo sobre el lienzo según avanzaba (Hirschaner & Metzger). Meléndez se sitúa a pocos centímetros de una calabaza sometida a luz intensísima que aún no sabemos cómo instalaba. Tras escrutarla como un miope, pinta hasta la menor arruga del epitelio. Luego hace lo mismo con un pan de corteza arcillosa. Y así, sucesivamente hasta acomodar, al final, un mantel de soporte. Con el añadido de que el tamaño, como es lógico, no es el natural.

Consecuencia: esos objetos no están en ningún lugar, carecen de espacio común, no viven bajo la misma luz, no comparten la atmósfera ambarina en la que flotan los cuerpos del barroco y que es como una temporalidad lumínica, el aire óptico que unifica el espacio en Rembrandt, en Velázquez, en Veermer. Son productos de la obsesión y de la avidez, de una terquedad fría y casi maníaca. ¿Realismo? En absoluto. En el mejor de los casos, alucinación.

Pero vayamos a la película. Y para ello nada mejor que comenzar con el autorretrato de Meléndez que se conserva en el Louvre. He aquí al joven pintor de 30 años (data de 1746), un guapo mozo aceitunado, vestido con elegancia contenida, jubón de raso oliváceo, cascada de chorreras blanquísimas en la camisa, cinta de seda azul y lazo recogiendo el moñete. No obstante, lo que impresiona es la insolencia de la mirada. Éste es el majo perfecto, el "guapo" en su acepción clásica (la que analiza Ferlosio), uno que pretende infundir temor a pesar de su frágil constitución. Meléndez pertenecía a una familia pendenciera. Su padre, Francisco Antonio, fue uno de los fundadores de la Real Academia de Bellas Artes (la actual de San Fernando), pero era hombre fácil de agraviar, de temperamento colérico, y logró ser expulsado de su propia criatura tras pelearse con todos sus colegas. También el hijo era asilvestrado y también consiguió que le expulsaran de la clase de dibujo, la imprescindible para acreditarse.

Su vida había comenzado en Nápoles, estupendo y escasamente explorado escenario de la Monarquía española del XVIII, donde su padre trabajaba como pintor de corte, pero al cumplir un año ya estaba en Madrid, en ese ambiente escasamente descrito que es el de los monarcas ilustrados, cuando vinieron a España los mayores talentos europeos de la pintura y de la música. También en este círculo privilegiado logró enemistarse con todos sus protectores, porque no obtuvo jamás los encargos de prestigio que su talento merecía y que otros pintores mucho más mediocres consiguieron con suma facilidad. Se han perdido los escasos trabajos de envergadura que le proporcionó el rey Carlos durante una breve estancia en Nápoles (1748-1752), pero ya nunca volvió a conocer el favor real. Así que se vio condenado a pintar naturalezas muertas, género considerado de la más baja estofa por la jerarquía artística, pero que se vendía bien.

En su parte central, la película debe dar cuenta del episodio más violento de este majo inquietante. Toda la familia pintaba, el padre, el hermano José Agustín, y lo que es más notable, también la hermana. No es que faltaran pintoras en aquellos clanes del pincel, pero hay poquísima información sobre ellas. En este caso, según escribe Peter Cherry, la pintora Meléndez (¿Ana, Clara?) fue violada por un discípulo del padre que luego huyó de inmediato, seguramente por saber cómo se las gastaba la familia Meléndez. Cometió, sin embargo, la estupidez de regresar al poco tiempo y fue augustamente acuchillado por uno o por ambos hermanos. A nadie ha de extrañar que Luis tuviera problemas para conseguir trabajos de calidad entre la nobleza madrileña: era un anuncio del romanticismo.

En esta peripecia que tanto le acerca a otro pintor asesino, Caravaggio, me parece que radica el oscuro enigma de la pintura de Meléndez. ¿Cómo podemos relacionar un carácter tan arrebatado con una pintura tan fría y detenida? ¿O no será lo uno consecuencia de lo otro? Me parece que es Sanford Schwartz quien liga ese carácter congelado de los bodegones de Meléndez con la pintura de Jacques-Louis David, cuyas obras producen a veces el efecto de representar cadáveres, y en ocasiones los representa realmente, como en el famoso retrato de Marat asesinado. Ahí tenemos a otro artista pasional, despiadado, vesánico, autor de la pintura más gélida y obsesiva de la historia del arte.

Hay en las pinturas de Meléndez, el malogrado majo madrileño, toda suerte de materiales tratados con supremo embeleso: barro, estaño, corcho, madera, loza. Aparecen utensilios domésticos, pucheros, aceiteras, almireces, jícaras, descritos como si fueran joyas. Lo que nunca aparece es algo humano. Carne, cuerpos, sangre. Pero si regreso al autorretrato, única figura humana de su obra, vuelvo a preguntarme por qué esa mirada me da escalofríos.